“…¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado….” Lucas 24:5-6
Estamos transitando el tiempo de la Pascua, que junto con la Navidad, son las festividades más importantes del pueblo cristiano. En la primera, celebramos el nacimiento del mesías, la llegada de Aquel que nos libra de la esclavitud del pecado, la promesa tan esperada hecha realidad. En la segunda, podríamos decir que se completa el maravilloso plan de salvación, diseñado por nuestro Creador. En ambas, Jesús es el actor principal. En ambas, es el ser humano el personaje a quien va destinado tan precioso plan.
Podemos ver elementos muy distintos entre una celebración y la otra. En la Navidad encontramos pastores, magos de oriente con regalos, un pesebre, una joven pareja elegida por Dios para criar en su seno al Salvador del mundo, una estrella que sirvió de guía, un bebe, todo esto en un marco de profunda esperanza y anhelo; mientras que en la Pascua encontramos espinas, látigos, una cruz, una tumba, todo envuelto en traición, angustia, dolor físico, dejando desorientación, temor, desilusión y desesperanza.
Pero como decía un pastor durante su sermón, “El domingo de resurrección viene asomando”. Qué sorpresa tan preciosa para aquellas mujeres que yendo a buscar un cuerpo muerto, encontraron la vida misma. ¿Te das cuenta de lo que estamos diciendo? Él, nuestro Señor venció la muerte. La muerte no pudo retener al dador de la vida. ¡Gloria a Dios por esto! Si aun no lo has hecho, acepta y cree en el Señor Jesús. Aprópiate de este regalo tan hermoso que es la salvación. Dios mismo pagando nuestra deuda. Y si ya lo has hecho, no dejes de compartirlo con los que te rodean. No te canses de decir que “por su llaga fuimos nosotros curados”.
Dios te bendiga y guarde.