“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2° Corintios 5:17
Últimamente he podido ver en noticieros o leer en periódicos historias de niños viviendo vidas de adultos. Niños viejos, viviendo vidas ya destruidas por la droga o por la violencia ejercida sobre ellos y también por ellos mismos. Y entonces una profunda tristeza se apodera de mí. Siempre en mi mente asocié la niñez a la esperanza, a la inocencia, al futuro, a una fresca brisa que renueva el aire donde nos movemos los adultos. Pero al enterarme de esta triste realidad, siento como si estuviéramos luchando una batalla ya perdida, como si todo esfuerzo fuera en vano. Se apodera de mí el desánimo, la resignación. Tal vez te haya pasado lo mismo. Y no te critico, ya que la realidad es verdaderamente dura.
De pronto viene a mi pensamiento la historia de Nehemías. Él también había recibido noticias horribles, que lo entristecieron hasta lo sumo. Pero lejos de dejarse abatir, derramó su tristeza delante de su Dios, oró a Él y su visión fue cambiada. Esa aflicción fue transformada en acción.
Por eso te invito, si te sentiste alguna vez como yo, a que derramemos nuestro corazón delante de nuestro Dios rogándole que redoble nuestros esfuerzos, que despierte nuestro ingenio, que llene nuestra mente de ideas positivas, que sacuda nuestro interior, que esas vidas nos duelan. Él transforma lo viejo en nuevo, lo sucio en limpio. Él pone esperanza donde no la hay. Que su Espíritu Santo ponga en nosotros sabiduría para trabajar en medio de la niñez, que en Su nombre estas vidas sean arrebatadas de las manos del maligno.
Trabajemos cada uno en el lugar donde el Señor nos puso, dando clases, haciendo horas felices, dirigiendo campamentos, visitando hogares. Capacitémonos para hacerlo responsablemente y por sobre todas las cosas, dejemos que Él moldee nuestro interior para servirle conforme a su voluntad.
Dios te bendiga y guarde.