“…que prediques el mensaje; que insistas cuando hay oportunidad y aun cuando no la hay. Convence, reprende y aconseja, con toda paciencia y enseñanza.” 2° Timoteo 4:2
Hace tiempo leí un relato que me dejó pensando y me gustaría compartirlo.
Cuenta la historia que cierto día un pescador miraba de lejos a una niña caminar por la playa. Curioso se acercó un poco más. Él vio que ella se inclinaba, levantaba algo de la arena y lo tiraba al mar; vez tras vez contempló a la niña hacer lo mismo. Lleno de intriga el pescador le preguntó: “niña, ¿qué haces?”. Ella lo miró y respondió: “estoy devolviendo al agua las estrellas de mar. La marea ya ha bajado y éstas han quedado en la arena. Van a secarse y morir si no las devuelvo al mar”. Un tanto pensativo el pescador le respondió: “entiendo”; pero señalándole a las muchas estrellas de mar que había a lo largo de toda la playa, le dijo: “te darás cuenta de que hay miles de ellas en toda esta playa, ¿eres consciente de que por más esfuerzo que hagas, nunca podrás salvarlas a todas? Todo tu esfuerzo no vale la pena.”
La niña sonrió, volvió a agacharse y alzó de la arena otra estrella de mar. Mientras la tiraba al agua, miró al pescador y le dijo: “valió la pena para ésta”.
Hermoso relato, ¿no? Que preciosa enseñanza le dio esta pequeña a aquel hombre ya curtido y falto de esperanza. Seguramente este pescador llevaba en sus espaldas unos cuantos años más que la niña, años que tal vez habían sumado en él desánimo, pesimismo, cansancio, descreimiento, frustración. Quizás había dejado en su corazón una pequeña herida sin sanar por donde “el padre de mentira” comenzó a sembrar esa raíz de amargura que no le permitía ver lo que sólo los ojos de la fe pueden ver. Y es entonces una niña la que le da la gran enseñanza: “jamás bajar los brazos”.
Saco al menos dos enseñanzas para mi vida. Una es no dejar que en mi corazón se arraiguen raíces de amargura que me impidan tener una visión clara y un amor incondicional por enseñar el evangelio en todo momento. Y la otra es poder ver en cada niño de mi clase, esa estrella de mar. Seguramente el Señor tendrá otras enseñanzas para vos. No te quedes sólo con estas dos.
Nuestra misión es compartir la sana doctrina, el resto lo hará el Señor. Sé con total seguridad que “vale la pena”.
Dios te bendiga y guarde.