En el marco de la ABA existe la propuesta de trabajar un tema que no tiene antecedentes entre los bautistas. La referencia es a un encuentro de pastores y líderes naturales que emergen en las mismas congregaciones.
Ya se ha señalado en otros escritos que no comulgamos con la palabra “líder”, pero es la que más usamos. Mal que nos pese, está en nuestro medio y se utiliza en todos los ámbitos. Tal vez, de dicho encuentro surja alguna nueva terminología más precisa.
En todo caso, en este artículo se hablará del liderazgo en un sentido amplio. No se pretende aquí distinguir y agudizar una separación entre “pastores y líderes” como modelos antagónicos, aunque sí se reconocen rasgos distintivos y diferencias que más de una vez significan enfrentamientos. Sin embargo, si se hace una lectura sensata y sin apasionamientos del pensamiento de Jesús, encontramos integración en el servicio, diferencias, pero no ruptura. Por eso se insiste desde aquí en la conveniencia de buscar estos temas en el pensamiento del Maestro. Seguramente se podría encontrar mucho en las cartas, especialmente las paulinas, dado que Pablo es quien pone en marcha y escribe sobre el proceso de formación de las iglesias, y va respondiendo a situaciones puntuales.
El eje de estos temas es que, en el proceso de expansión del cristianismo y conformación de las iglesias, una y otra vez los apóstoles tuvieron que volver su mirada a las enseñanzas recibidas del Maestro. Estas eran de inspiración para las nuevas relaciones humanas que se iban gestando, con todo lo complejo que esto debió ser. Piénsese que todo era nuevo. No debió ser nada sencillo pues no había “miembros con experiencia” para la conformación de las membresías. También las nuevas responsabilidades demandaban la formación de un liderazgo que continuara la tarea emprendida.
Era de esperarse que aparecieran conflictos ante las nuevas y variadas circunstancias debido a que antes, como ahora, a la iglesia entra gente con sus historias y luchas, éxitos y fracasos, pasiones y una fuerte necesidad de pertenencia. Paralelamente debían instruirles en las enseñanzas del Evangelio y aprender los desafíos que conlleva el ser parte del Pueblo de Dios. No se debe olvidar que no tenían seminarios ni las Escrituras (N. T.).
Haciendo un salto en el tiempo se llega a la Reforma, y no se puede obviar que los reformadores nos han legado con mucha fuerza los roles eclesiásticos paulinos, vigentes hoy. Téngase en cuenta además, que el contexto en el que estaban inmersos los reformadores era el de una Iglesia del Medio Evo y constantiniana. No era fácil sacudirse semejante influencia. De esta manera, los roles que conocemos hoy tienen su origen hace ya cinco siglos y se desarrollaron en las distintas denominaciones con distintas variables, dándoseles distintos nombres y atribuciones. Por supuesto, también fueron teniendo nuevas relecturas a medida que atravesaron distintas culturas. Todo indica que se destacaron y privilegiaron aquellos que hacen la dirección o conducción de las iglesias, minimizándose otros, como el del maestro.
Así apareció con mucha fuerza el rol pastoral, que heredamos de ultramar durante parte del siglo XIX, y fundamentalmente en el siglo pasado, y perdura. Si bien tuvimos una primera influencia de Pablo Bessón, llega a nuestra tierra la influencia más fuerte de la mano de los misioneros llegados del sur de los Estados Unidos, en la práctica guste o no, como una categoría por encima del resto de los creyentes. Este fue el rol pastoral asumido por nuestra denominación en nuestro país y, en general, el modelo de referencia consistía en una actitud que no dejaba margen a la discusión. Se notó mucho más en la segunda mitad del siglo XX. Las propuestas o ideas, basadas muchas veces en la experiencia que traían de sus propias iglesias con mucha historia, eran aceptadas sin más ni más. El mismo liderazgo que fue surgiendo en las congregaciones tenía una fuerte sujeción hacia la persona del misionero. No olvidemos que en muchos estaba el concepto de que con el misionero venía dinero. Sirva de referencia la reunión de misioneros y pastores a principio de los ’60 en la búsqueda de una mejor relación.
La realidad y la práctica hoy, indican que el rol pastoral se ha exacerbado y, quienes se sienten conformes con ese rol, en general tienden a descalificar al laico–líder. Por su parte, también desde el liderazgo de la iglesia, cuando el pastor no encuadra en determinadas pautas preestablecidas, también se cae en la descalificación del mismo. Es lógico pensar que estamos generalizando y que las responsabilidades están compartidas.
Se debe observar que el pastor es alguien que llega a la iglesia de afuera y debe pagar un costo hasta conocer a la congregación y las “redes” de amistades existentes. También que le conozcan y acepten, y que puedan articular nuevas propuestas. Por su lado, el liderazgo lleva mucho tiempo en su rol y ha nacido y mamado la vida de la congregación. Parece que no, pero esto colabora a aumentar los conflictos de relación en el marco del liderazgo todo.
En rigor de verdad, aquí no se pretende más que hacer un rápido análisis de los conflictos, o simplemente mencionarlos, dado que habría que ceder el espacio para todas las lecturas personales, la enorme variedad de experiencias, y la diversidad de opiniones, todas dignas de ser escuchadas. ¿Qué es lo más importante entonces? Se destacan dos vertientes: (1) No perder conciencia de nuestra realidad y a dónde nos ha llevado esta dicotomía, pero proponernos mirar hacia adelante en la búsqueda de un proyecto superador. (2) Pero por otro lado, y tal vez lo más importante, es que la contribución mayor la dará el modelo de Jesús, por lo que debemos ahondar la búsqueda en los evangelios.
Así, con el vistazo que hemos dado, y las breves referencias históricas, esperamos que éstas nos ayuden a comprender nuestra realidad actual. Queda la deuda de un estudio detallado de los cambios que se han producido en nuestra denominación a nivel nacional, especialmente en las últimas dos décadas.
En procura de generar un espacio para el diálogo parece mucho más productivo, como se dijo, indagar los elementos que se destacan en Jesús y que aplicó en la confraternidad de sus discípulos. Esto último es lo que realmente interesa en este trabajo, y puede ser de provecho para nuestras iglesias. Simplemente contestarnos: ¿cuán cerca… cuán lejos estamos del pensamiento de Jesús?
La propuesta es compartir algunas características. Pueden ser muchas más, pero éstas pueden ser útiles para comenzar a dialogar.
Características que surgen del Evangelio
Una característica es que Jesús les amó
El cap. 13 de Juan destaca como los discípulos habían experimentado en sus propias vidas cuanto les amaba el Señor. Juan, escribiendo unos 60 años después de aquella noche, no puede evitar recordar aquel momento en que la fraternidad se hacía visible y posible en la persona de Jesús. Cuando escribe el evangelio, Juan está solo y sus compañeros de peregrinaje ya no están. Puede mirar para atrás en el tiempo y ver que las diferencias que tuvieron fueron insignificantes al lado del proyecto que Jesús depositara en sus manos. Seguramente él como sus colegas confirmaron aquella última noche que lo realmente importante era que el Señor los amaba. Por eso les propuso en ese momento tan especial: que se amen los unos a los otros (Jn. 15:17). Esta fue una clara instrucción dada al grupo más próximo, y que sería la virtud principal que sostendría a la futura iglesia para que ellos fueran uno… y el mundo crea (Jn. 17). Si lograban esto, entonces podían peregrinar por el mundo como apóstoles (enviados). Su misión más importante y trascendental era que las personas volvieran a una relación viva con el Padre, pero no a una relación cualquiera sino tal como la propuso Jesús.
Primer desafío: Amar como Jesús…
Otra característica es ser Su discípulo
El “y me sigue” de Lc. 9:23 es lo que marca la diferencia. Es el eje sobre el cual pivotea toda relación cristiana. Hay que leer con cuidado el contexto y notar que los discípulos han vuelto de misionar. Note que en 9:1 se les llama discípulos, pero cuando regresan (9:10) se les llama apóstoles (enviados). En rigor de verdad no es un título sino un reconocimiento de lo que hicieron, y les prepara para lo que deberán hacer.
Cuando llegamos a 9:23, Jesús se dirige a todos. ¿Quiénes son todos? (leer Mr. 3:13 y 4:10; Jn. 6:60-68; Hch. 1:6; 1:14-15; 2:1). Es evidente que el círculo de allegados no se limitaba a los doce discípulos. Es entendible que el desafío está lanzado a todos. Por lo tanto este todos nos incluye, es decir, define que las relaciones no serán nunca las mismas si hemos comprendido cada uno que a quien seguimos es al Señor, al Maestro.
Si entendemos esto con suma claridad y nos hacemos el firme propósito de seguirle a Él y no a nuestros propios criterios, comprenderemos la demanda de Jesús al exigir: (1) negarnos a nosotros mismos. Este es el primer desafío que lanza el Maestro: Lograr el diálogo y las coincidencias en lugar de querer imponer nuestras ideas; aceptarnos y hacer todo esfuerzo por amarnos fraternalmente.
Pero hay una idea más de Jesús. La cruz representa su misión, y al hablar de (2) cargar nuestra cruz, hace una clara referencia a la misión que tiene cada uno que decide seguirle. Es la suma de “misiones”, la mía, la del otro, la del mayor, la del joven… Esta suma es lo que define la obra, no lo que “yo” hago, y que supongo que es la más importante de todas.
Segundo desafío: Seguir el orden que dio Jesús. (1) Dejar a un lado el querer prevalecer, dominar o controlar según criterios propios. (2) Tener clara cual es mi misión, servicio o vocación. Finalmente que cada uno tengamos muy claro que seguimos todos al único Seguible (Ver artículo “y me sigue” de noviembre de 2002).
La tercera tiene que ver con el hecho de que Jesús no los trató como masa
Un Jesús inspirado por el Espíritu, seleccionó con mucho cuidado quienes serían los discípulos y para eso se tomó su tiempo. Para Él os futuros apóstoles eran algo especial, lo que se aprecia durante el proceso de formación. No escatimo ni tiempo ni esfuerzo para que ellos comprendieran sus roles y tareas. Jesús sabía que en un momento dado les dejaría y estarían solos, físicamente hablando, y el parákleto seguiría con ellos.
El modelo de cotidianeidad en la que Jesús los vinculó era lo más complejo y riesgoso, pero sabía que si lograba que se aceptaran, facilitaría la participación e integración de todos en todo. Con este criterio compartieron los momentos más sencillos: comer juntos, o enfrentar las circunstancias de lo más diversas, incluyendo la participación de los momentos álgidos de enseñanza o discusión con los líderes religiosos.
Una de las tendencias más visibles de la actualidad en el mundo evangélico es justamente asumir que la masa es eso, masa. Esto es justamente lo contrario del pensamiento de Jesús, quien camino a la casa de Jairo se paró y atendió a quien simplemente había tocado su manto.
Tercer desafío: Aplicar como Jesús un profundo respeto por las distintas maneras de pensar. El no impone. Con los únicos que discute acaloradamente es con los religiosos de su tiempo a quienes no les admite la presión que ejercen sobre la gente debido a la errónea manera de interpretar la Palabra de tal forma que no entran ni dejan entrar (Lc. 11:52).
La cuarta característica es que generó una mutua preocupación de los unos por los otros.
Al analizar las listas de los discípulos en los evangelios, surge la repetición de los nombres de Pedro Jacobo y Juan. Incluso en algunas ocasiones son sólo ellos los que participan de experiencias muy particulares. ¿Por qué? Tal vez nos ayude observar Lc. 5:10, donde aparece la idea de compañeros (RV60), pero la NVI traduce socios. Es posible suponer que este conocimiento previo de mutua confianza laboral y comercial entre los hermanos le ayudó en buena medida a Jesús para la contención del grupo.
Esta circunstancia no indica que los demás quedaron relegados. Se pueden mencionar algunas experiencias personales de Jesús con Mateo, con Felipe, Tomás, Andrés, Bartolomé (Natanel), etc.
Se pueden notar estas actitudes del Maestro cuando enfrenta a los fariseos por comer granos en sábado (Mt. 12:1-8); cuando les aconseja al enviarles (Mt. 10:16-23); quién sería el mayor (Mt. 18:1-7 y 20:20-28); al orar por ellos (Lc. 11:1) y lavarles los pies pidiendo que lo hicieran entre ellos (Jn.13).
Cuarto desafío: Es mi hermano, mi hermana. ¡No puedo ser indiferente! ¡No puede ser que no me importe! Por más errado que esté, o yo suponga que lo está, soy llamado a exhortarle (Mt. 18).
La quinta característica es que todos estaban aprendiendo.
No es este el lugar para abundar en los detalles del modelo de discipulado. Hay un material útil en el sitio web de la ABA. Nunca se hace mención de que hubiera algunos más capaces que otros. Se destaca Pedro por sus intervenciones, y por la afirmación más trascendental al reconocer en Jesús al Mesías (Mt. 16). Dado que la elección de los discípulos fue realizada por el mismo Jesús y se tomó tiempo para hacerlo, es evidente que consideró la diversidad de caracteres y oficios, por lo tanto capacidades.
Lo que surge es que Jesús ex profeso aceptó la diversidad de personalidades y no pretendió uniformarlos.
Jesús mismo fue aprendiendo en el proceso de su ministerio hasta el último momento. Me sumo a esta idea de muchos. Jesús mismo señala el haber sido enseñado por el Padre (Jn. 8:26-29). También cuando los setenta regresan de su experiencia misionera, se ve a un Jesús maravillado por los relatos que le comparten (Lc. 10:21-24). ¡Es toda una experiencia que muestra los logros y el hacer de Dios!
Quinto desafío: Nunca dejaremos de aprender. No será suficiente lo que conozcamos (ginöskö). Jamás deberemos establecer un techo a nuestro crecimiento. No importan títulos, años de experiencia, apellidos o la iglesia a la que pertenezcamos. Somos ciudadanos del cielo siempre aprendiendo…
Reflexión final
Estas puntuaciones que se han hecho, entre muchas, pueden ayudarnos a comenzar a conversar.
Seguramente la llave lo da el seguimiento del único Seguible. Si todos tenemos absolutamente claro esta experiencia y concepto, seguramente el camino será más llano. Si por el contrario, la idea es prevalecer, y que finalmente se lleven a cabo las cosas según el parecer de cada uno, la sugerencia es que no se empiece nada. Tal vez al principio se trate de un grupo reducido que comience a gestar un espacio, un acercamiento de voluntades dispuestas a seguir y profundizar en los valores que el Señor desea para este tiempo y circunstancias.
El capítulo 17 del Ev. de Juan, muestra al Maestro haciendo una evaluación de su ministerio. Es que todo el que enseña sabe que al final de un ciclo es coherente hacerla. Las preguntas para este tiempo tan especial que se está viviendo en las congregaciones son: ¿cómo no hacer una concienzuda evaluación? ¿cómo no abrir la mente con absoluta sinceridad y honestidad? ¿cómo no buscar juntos la dirección y el perdón de Dios?
Seguro el Señor tiene una misión para este tiempo, y proveyó de una crisis para hacernos reflexionar seriamente. ¡Es una oportunidad que no la tienen todas las generaciones!
¡Esta generación la tiene…!