El gran aporte que El Código Da Vinci puede hacer a los cristianos
Por Raúl Scialabba
Si bien el libro titulado El Código Da Vinci es una novela de ficción, sus 40 millones de compradores en todo el mundo, dan muestras de que ha producido algo más que un fenómeno editorial.
Por otra parte su autor, Dan Brown, jamás soñó que podría alcanzar semejante éxito y mucho menos poner en estado de debate a agnósticos, cristianos, historiadores del arte y de las religiones y público en general.
Confieso que cuando me regalaron el libro hace ya dos años como una recomendada lectura para el verano que se acercaba, lo tomé como tal: una novela policial.
Se inicia con un asesinato en el Museo del Louvre, en donde sus protagonistas intentando esclarecerlo, se ponen a descifrar símbolos en la pintura del gran Leonardo Da Vinci, y terminan elaborando teorías que resultan chocantes al sentimiento de los cristianos.
El primer punto a tener en cuenta es cuál es la posición que el lector tendrá frente al libro: o el de una novela ficción de lectura fácil o un libro que pretende bajo una supuesta investigación histórica y su correspondiente documentación, poner en duda los cimientos mismos de la fe cristiana.
Para ello a lo largo de sus páginas, el autor saca conclusiones que resume entre otros, en los siguientes puntos:
a) Que ningún cristiano previo al concilio de Nicea (325 DC) creía que Jesús era Dios y que fue con el Emperador Constantino que adquirió esa condición.
b) Que los fundadores de la dinastía Merovingia en Francia fueron los hijos que tuvieron Jesús y María Magdalena su compañera y que ellos constituyen el Santo Grial.
c) Que los primeros seguidores de Jesús adoraban la dualidad masculina-femenina representada en ellos dos, especialmente en María Magdalena como deidad femenina.
d) Que con el paso de los años la iglesia trató de borrar todos estos elementos especialmente durante la Edad Media y el Renacimiento para hacer llegar sólo los evangelios como hoy los conocemos.
Un comentario adicional merece la posición anti iglesia Católica del autor y en especial el carácter descalificatorio hacia el Opus Dei que le asigna.
Si bien es cierto que la propia editora, habla del libro como de “ una obra de ficción”, nos limitaremos a reproducir las palabras del autor en su página web, donde aclara que el libro no es sólo para entretener: “Como he comentado antes, el secreto que revelo se ha susurrado durante siglos. No es mío. Es cierto que puede ser la primera ocasión en que el secreto se devela con el formato de un thriller popular, pero la información no es nueva. Mi sincera esperanza es que El Código Da Vinci, además de entretener a la gente, sirva como una puerta abierta para que empiecen sus investigaciones”.
Si es por los resultados de ventas de la “XXXII Feria Internacional del Libro de Buenos Aires”, que acaba de finalizar, las ofertas de publicaciones esotérica o pseudo religiosas se multiplicaron y todos aquellos autores que bajo el paraguas del Código se presentaron, resultaron un éxito.
¿Cómo reaccionaremos como cristianos a esta inesperada marea humana dispuesta a consumir todo tipo de material que hable sobre la Iglesia y sus evangelios, contraponiéndolos y contrastándolos con los evangelios agnósticos, el evangelio de Judas, la naturaleza femenina de Dios, etc.etc.?
Este es el gran aporte que El Código da Vinci puede hacernos: en primer lugar un llamado de atención muy serio a revisar nuestro cristianismo.
Mientras en general, la vida espiritual auténtica decrece y los bancos de nuestras iglesias presentan más huecos los días domingos, en forma proporcional crece el interés donde se venden libros por este tipo de obras con temas religiosos al que se le agrega el condimento del suspenso y la aventura.
Masivamente los cristianos han reemplazado las recordaciones religiosas, como oportunidades para hacer turismo de fines de semana largos, incrementar el ocio creativo o desarrollar cualquier otro tipo de actividades.
A la temática religiosa buscada como pasatiempo debemos contraponer una política de hacer conocer al auténtico Jesús.
A los argumentos inexactos que lo muestran distorsionado, debemos contraponer nuestros conocimientos profundos en materia bíblica.
A la ignorancia reinante producto de una secularización cada día mayor, debemos confrontarla con una presentación desafiante y ágil de un Jesús que traspasa los tiempos trayéndonos un mensaje de verdadera “aventura existencial”.
La transmisión de la fe no es producto de una simbología que hay que descubrir en forma misteriosa. Está expuesta sencilla y magistralmente en la palabra de Dios. Y la aventura y el suspenso lo encontramos cuando tratamos a diario de vivir una espiritualidad comprometida con ese Jesús, al que desde el primer momento sus seguidores reconocieron como Dios.
El vivir es una aventura de fe. Nuestra responsabilidad es mostrarle a los que nos rodean que hacerlo tomados de la mano de Dios es lo que marca la diferencia en la vida.
Si nuestra identidad cristiana no es cuestionada y ratificada permanentemente, sus consecuencias directas como el amor y la compasión, serán simples reflejos condicionados, pero no su esencia. Otro gran aporte que el Código Da Vinci puede hacernos es recordarnos que hay millones de seres que nos están gritando que buscan desesperadamente encontrarse con Dios, que tenemos que profundizar el estudio de la Palabra, llevar el mensaje del Evangelio en forma clara y directa, que nuestro cristianismo no sea sólo formal o nominal sino una experiencia de vida visible a los ojos de los demás. Ni rigidez ni fundamentalismo religioso. Ni aventura espiritual basada en la oferta y en la emoción sin compromiso de seguirle.
Hay una demanda de espiritualidad que el mercado sabe percibir y aprovechar de inmediato. No dejemos que las señales que un mundo agitado y nervioso por la incomprensión y el vacío espiritual sea llenado por ficciones cuando en nuestras manos tenemos como llenarlo con las verdades del Evangelio.