Una teología más espiritual
Por Ricardo Barbosa de Sousa - Brasil
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Precisamos de una teología que nos despierte a una relación personal y verdadera con Dios. En otras palabras, una teología que apunte a un camino de oración, que sea más personal y efectiva, y no apenas académica. Es lamentable constatar que muchos estudiantes que entran a un seminario motivados por un profundo amor a Dios con deseo de servirle, después de cuatro o cinco años de estudio, están orando menos, afectivamente más atrofiados y más limitados relacionalmente. Una teología que no nos motive para la oración ciertamente no cumple su papel.

Dios nos llama para participarnos de su eterna comunión que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo gozan. Esta relación es la primera razón y última en teología. Cuando preguntaron a Jesús cuál era el mayor de todos los mandamientos, su respuesta apuntó a una dimensión relacional y afectiva: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Este era el fin de la teología, la razón de ser los mandamientos y los profetas. El apóstol Juan nos da una respuesta simple y al mismo tiempo profunda sobre el conocimiento de Dios, al afirmar que Dios es amor el define la naturaleza de la persona del Dios bíblico.

Una teología más espiritual debe ocuparse con una conversión de las emociones y no solamente de una conversión de las convicciones. Julia Gatta, escribiendo sobre el pensamiento de Walter Hilton, un místico cristiano que vivió en Inglaterra en el siglo XIV y trabajó el tema de la conversión de las emociones, afirma: “...es una totalidad a ser envuelta en el proceso de unión con Cristo. Tanto nuestra mente como nuestros sentimientos precisan caminar en la dirección a la conversión, una progresiva purificación y, finalmente, una transformación. Una renovación intelectual, es algo más fácil, un asunto relativamente más simple comparado con la redención de los afectos. Una emoción, especialmente emoción religiosa, es un fenómeno complejo. El fruto del Espíritu no puede ser igualado a un simple ‘sentirse bien...’ Como en todos los otros aspectos de la naturaleza humana, los afectos precisan ser interpretados, disciplinados y, finalmente, redimidos.” El racionalismo se preocupa de las convicciones. Aquí vemos que la fe tiene una complejidad emocional mayor de lo que imaginamos.

Una teología más espiritual debe también rescatar la figura del “santo” y el “sabio” en lugar de valorizar más a un “teólogo” o un “Ph.D.” (doctor en teología). El “santo” o el “sabio” que puede ser también llamado “padre” o “mentor”, es alguien que, además de poseer el dominio de la ciencia, posee también la sabiduría que penetra los secretos del alma. San Agustín hablaba del “doble conocimiento”: de Dios y el de nosotros mismos. El escribió: “Permíteme conocer a tu Dios, y me permitirás conocerte a ti mismo, esto es todo”. Para San Agustín, conocer a Dios implica el conocernos a nosotros mismos. Jesús fue un Maestro que apenas exponía las Escrituras revelaba la naturaleza del Padre, como también exponía su espíritu humano y revelaba los secretos más íntimos de su corazón. Jesús era un santo, un sabio, un maestro, un mentor. A partir de Cristo podemos preguntar: ¿Quién es el verdadero teólogo? Aquel que defiende una brillante tesis de doctorado, escribe el mejor libro, estudio en las mejores instituciones, o aquel que, en Cristo da sentido a la vida confusa y destruida de las personas.

Una teología más espiritual debe conducirnos a dar más valor a los acontecimientos simples y rutinarios y no los grandes y clamorosos. Eugene Peterson dice que tenemos una tendencia a mirar la vida con una óptica de jubileo. Buscamos lo grande, valorizamos lo extraordinario, exaltamos lo grandioso. Es más, las páginas de los evangelios de las mejores tradiciones cristianas nos enseñan que la gracia de Dios actúa en los acontecimientos simples y rutinarios del día a día. Precisamos de una teología que nos ayude a percibir y valorizar aquello que Dios está realizando en nosotros. El salmista percibe el valor de las cosas pequeñas y simples al decir:

Señor, mi corazón no es orgulloso, ni son altivos mis ojos;
no busco grandezas desmedidas, ni proezas que excedan mis fuerzas.
Todo lo contrario:
He calmado y aquietado mis ansias.
Soy como un niño recién amamantado en el regazo de su madre.
¡Mi alma es como un niño recién amamantado!
Salmo 131:1-2 (NVI)


Una teología más espiritual requiere también un lenguaje más espiritual y menos técnico. No es una referencia a un lenguaje espiritualizado, es más un lenguaje que despierte los deseos del corazón, que invite a la intimidad. Gran parte de la Biblia trabaja con un lenguaje poético y narrativo. El apóstol Pablo procura siempre una forma personal de comunicar las verdades del Evangelio. No se trata de reducir o simplificar. Siempre luchamos contra los prejuicios intelectuales, pero precisamos reconocer que necesitamos otro lenguaje menos técnico, más íntimo; menos profesional y más personal para comunicar el Evangelio.

UNA ESPIRITUALIDAD MÀS TEOLÓGICA

Si por un lado necesitamos de una teología más espiritual, que se ocupe del hombre de manera integral, por el otro, precisamos también de una espiritualidad más teológica, que establezca límites, que defina el contorno y que de una base. Reconocemos que hay una propuesta en el espíritu humano, una búsqueda por lo íntimo, por lo sagrado, por un significado que transciende nuestras narrativas racionales, que penetra y toca el alma humana. Reconocemos también, una espiritualidad esotérica, narcisista, centrada no tanto en el ser pero si en el bien estar, más fundamentada en la psicología y antropología moderna que en la teología, que no llenará las lagunas del hombre criado a imagen y semejanza de Dios. Por una espiritualidad más teológica, reconocemos que necesitamos de:

1. Una espiritualidad Trinitaria. Una doctrina de la Trinidad es el fundamento para una espiritualidad cristiana teológicamente bíblica. Ella nos revela un Dios que nos convida a participar de la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que la gozan desde la eternidad. Al ser creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para una comunión Trinitaria. En su “oración sacerdotal”, Jesús dijo: Para que sean uno, como eres tú en mi y yo en ti, también ellos sean en nosotros… La invitación de Jesús es para comunicar que el Hijo y el Padre se gozan también compartiendo con aquellos, que en Cristo fueron reconciliados con Dios. Es por medio de la doctrina de la Trinidad que entendemos la naturaleza de las personas y la espiritualidad cristiana. En el antiguo país de Capadocia decían: “...el ser (pertenecer) a Dios puede ser reconocido a través de la relación y el amor personal. Ser significa vida y vida significa comunidad”. No hay conocimiento posible del Hijo sin la participación del Padre, y no hay posibilidad de conocimiento del Padre sin la revelación del Hijo. Si no entendemos la comunión del ser Trinitario de Dios, no podemos conocer a Dios. “Fue de esta manera que el mundo antiguo vio por primera vez que la comunión que forma al ser, que no existe sin el mismo Dios”. (John Zizioulas).

2. Una espiritualidad Cristocéntrica. El propósito de la espiritualidad cristiana es un crecimiento en dirección a Cristo, ser conformados a imagen de Jesucristo. No se trata de un ajuste sociológico o psicológico, para sentirse bien emocionalmente o socialmente, es que un proceso de crecimiento y transformación. Para Pablo esto significa caminar en dirección a un varón perfecto, a la medida de la estatura de Cristo. El mismo afirma que a vida se encuentra, se oculta en Cristo y, por esta razón, debemos buscar las cosas de lo alto donde Cristo vive. El fin de la espiritualidad de un cristiano es una humanidad madura y completa en Cristo.

3. Una espiritualidad comunitaria. A la vez que la naturaleza de Dios es relacional, la naturaleza de una persona regenerada en Cristo es igualmente relacional. Una conversión es la transformación de un individuo en persona. El individuo es un ser encapsulado en sí mismo, que realiza su auto promoción, es narcisista, concibe la libertad en términos de autonomía e independencia. Una persona es un ser en comunidad que se realiza en las relaciones de afecto y amistad, es altruista, concibe la libertad en términos de entrega , obediencia y amor espontáneo.

4. Una espiritualidad centrada en la Palabra de Dios. Como ya vimos, el propósito de la espiritualidad cristiana es nuestro crecimiento en Cristo. Es el proceso por el cual somos transformados por la Palabra de Dios participando cada vez más de la vida en Cristo. El apóstol Pablo dice que una vez que somos resucitados con Cristo, nuestra vida está oculta en Cristo. Por lo tanto, la vida espiritual no es un proceso de ajuste de los valores sociales dominantes, es más un camino que envuelve una crisis de transformación, donde la tensión entre la Palabra de Dios y el mundo estará siempre presente.

Esta tensión se da a través de dos movimientos:
1. El primero es una confrontación entre la Palabra de Dios y el orden social, moral y religiosa dominante. Sabemos que la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras nos consuela, edifica y conforta, además también nos desafía, provoca y confronta. Esta confrontación exige un diálogo constante entre la Palabra de Dios en el mundo que vivimos. Pablo escribe a los romanos y ruega para que no sean conformados como el mundo, mas transformados por la renovación de la mente. En otra ocasión, el le habla de la necesidad de tener la mente de Cristo, o sea, pensar con los mismos criterios, valores y principios que Cristo pensaba.

2. Un segundo movimiento es una confrontación entre la Palabra de Dios y nuestro mundo interior. Todos nosotros traemos de nuestro pasado recuerdos, memorias e imágenes que turban nuestra comprensión de Dios y de nosotros mismos. Son sentimientos negativos de abandono, miedo, recuerdos que forman en nosotros una auto-imagen negativa de inadecuación en las relaciones, que a su vez comprometen nuestra imagen de Dios. Cargamos con nuestras amarguras y resentimientos, que nos inducen a usar a Dios, envés de ser usados por Él, provocando una actitud confusa que es manipular, en lugar de una entrega serena y confiada. Es preciso dejar que la Palabra de Dios ilumine nuestro mundo interior, transformarlo en Cristo, restaurar nuestra vida e imagen de Dios y rescatar la imagen de Dios revelado en Cristo Jesús.

La Biblia como instrumento de transformación exige de nosotros una aproximación devocional. Reverencia y silencio son las posturas básicas de quien desea ser consolado, confrontado y transformado. Es ella la que establece el diálogo entre nosotros y el mundo, el mundo exterior y el interior, y nosotros transformarnos en Cristo.