RATZINGER O BENEDICTO XVI
Dr. Raúl Scialabba
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Hasta hace unos pocos días y por más de veinte años, Joseph Ratzinger ha sido el guardián más disciplinado de la ortodoxia romana, responsable de una Congregación, heredera del Santo Oficio de la Inquisición. Se mostró intransigente en cuanto al dogma católico y asumió actitudes en extremo conservadoras.

El 6 de agosto de 2000 expidió uno de los documentos más controversiales: la Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia. “constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste (subsistit in) en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él”

Desconociendo el largo trecho recorrido por el ecumenismo en sus últimas décadas, la existencia teológica de las otras iglesias y las trató como “comunidades eclesiales” de segunda clase. Las protestas no se hicieron esperar. El peregrinaje interconfesional había recibido un duro golpe, otra vez de la mano del prefecto alemán. En cambio, Benedicto XVI en su homilía inaugural, hizo un claro llamado a la unidad de los cristianos y defendió el diálogo con judíos, musulmanes y no creyentes. Sería oportuno que el nuevo pontífice, en un mundo convulsionado por violencias y guerras, comprobara que el aporte interreligioso a la paz se puede alcanzar a través del diálogo de las culturas y de las religiones.

Ese diálogo tiene como base el respeto de lo sagrado, sin dejar de lado en absoluto la propia identidad. No debe buscar un sincretismo; sino la unidad de diálogo que condene todo tipo de odio, enfrentamiento y violencia sobre la base de la fortaleza del espíritu y de la fe. Ese será un aporte concreto y eficaz en la búsqueda de la paz para el mundo.

La historia y la actualidad nos enseñan que las religiones pueden instrumentalizarse fácilmente al servicio de intereses políticos, de poder o para demonizar la imagen del adversario. Lamentablemente, la justificación religiosa puede llegar al absurdo de tranquilizar la conciencia ante la tortura, el destierro, la destrucción y la muerte. Así es cómo las religiones se vuelven irreconciliables: cuando exageran las diferencias y silencian las coincidencias. Así los conflictos se convierten en radicales llegando a la autodestrucción colectiva. Las religiones deben reflexionar y a pesar de sus diferencias, deben agregar la fuerza de su tradición espiritual (oración, meditación) que las habilita para ser comunidades creadoras de paz. Esta es la forma en que deben y pueden contribuir a desactivar y eliminar los conflictos y oponerse cuando se intenta agudizar religiosamente un conflicto.

Es a las religiones a las que le corresponde la tarea de despertar las conciencias contra todo fanatismo. La intolerancia religiosa, -lo mismo que el aislamiento del distinto- todavía no ha sido desterrada de nuestras sociedades, a pesar de todas las experiencias ruinosas que ello ha originado. Quién sólo está dispuesto a convivir con sus correligionarios pierde la oportunidad de enriquecerse con otras religiones y de decidirse de forma autocrítica a favor de su propia creencia. De hecho, nadie que después de una valoración crítica, se siente seguro de su legado religioso, tiene por qué sentir miedo ante otras tradiciones religiosas. La dignidad de las religiones se expresa cuando sus líderes y dirigentes desautorizan valiente y públicamente a todos los que se proponen hacer méritos por su propia religión mediante la intolerancia o el enfrentamiento. Confiamos en que Benedicto XVI se oponga abierta y enérgicamente a ello.

Una de las tareas prioritarias de las comunidades religiosas y sus líderes debería ser el establecimiento de la paz entre ellas. Para ello deberían procurar en todos los ámbitos: aclarar los malentendidos, revisar las situaciones traumáticas, suprimir las imágenes estereotipadas negativas, eliminar el odio y las inculpaciones mutuas, tener en cuenta las coincidencias y aprovechar las iniciativas de reconciliación. En la sociedad pluralista de nuestro tiempo, las religiones deben ayudar al hombre a situarse conscientemente y también a practicar la tolerancia con quienes piensan de manera distinta. Las comunidades religiosas deben estimular la capacidad y disposición del hombre para superar el egoísmo, defender las justas aspiraciones sin recurrir a las agresiones y despertar el sentido de la solidaridad en un compromiso a favor del prójimo. Para ello, el libre ejercicio de la religión debe ser posibilitado y garantizado a todas las religiones las que deben protestar enérgica y públicamente contra cualquier discriminación hacia las minorías religiosas donde éstas se produzcan. El diálogo con las minorías religiosas debe promoverse a fin de evitar que se conviertan en grupos aislados en un mundo que reacciona ante ellas con recelo.

Frente a cualquier clase de hostilidad es preciso comportarse como si fuéramos nosotros los afectados. En definitiva, para los creyentes, Dios es un Dios de paz y usándonos como instrumentos suyos, prevalecerá sobre los que promueven el odio, la guerra, la violencia, el dolor y la muerte. Entre el pasado de Ratzinger y el nuevo papa, opto por Benedicto XVI, quien manifestó : “Mi programa de gobierno no es hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor”. Yo confío y espero en la sabiduría infinita de Dios, con esperanza.