Existen diversas manifestaciones de la soledad. La del soldado en el frente de batalla, la del preso en su celda, la del inmigrante, o el provinciano en la gran ciudad, la de los que son infelices en el matrimonio, la de los que se sienten infelices por no haber encontrado su pareja, la de los desocupados y subocupados, la de los pobres que no pueden adquirir lo que desean, la de los ricos que sufren la pobreza del deseo. Es decir, que no pueden desear cosas inalcanzables. También existe la soledad de los viudos, los enfermos que saben que en breve se enfrentarán con la muerte, la soledad social, la de las crisis generacionales, la de los adolescentes que se sienten incomprendidos, la del huérfano, etc. Hay multitud de expresiones de la soledad que se caracterizan por su aspecto negativo, es decir, que conducen a la tristeza, el desaliento, y a veces a la desesperación.
Pero hay otro tipo de soledad que, quizás, es menos conocida, porque la gente no se queja de ella. Me refiero a la soledad creativa del científico, la del místico que goza la presencia de Dios en su experiencia espiritual. La soledad creativa del poeta, la del escritor, la del inventor, la del artista, etc.
Una de las expresiones de la soledad, es la de las personas solteras que no encuentran su pareja. Mi preocupación por esta situación humana, me condujo a estudiar el tema. Como resultado de mi investigación, escribí un libro, cuya primera edición apareció en el año 1980, varias ediciones lo mantuvieron vigente durante muchos años. Se titula: La problemática psicológica de los SOLTEROS. Consta de 141 páginas, y lo publicó la Editorial Caribe, de Miami. Dediqué el libro a cincuenta personas solteras, cuyas vivencias me permitieron darle al libro un incalculable valor humano. Es imposible resumir 141 páginas en un breve artículo. Pero les presento las preguntas que aparecen en la tapa del libro: ¿Por qué hay personas que nunca se casan? ¿Qué impacto causa esto en sus vidas? ¿Son felices o necesitan ayuda? ¿Quién puede brindarles esa ayuda?
Un tema que no aparece en mi libro, es la soledad de las personas viudas, sus angustias y tristezas, que a veces contribuyen al envejecimiento prematuro, en ocasiones, a la enfermedad, y a la muerte. También conocemos casos de personas que han “florecido” en la viudez. Como si se hubieran liberado de una pesada carga. Ciertamente, el matrimonio es para algunas personas, una carga insoportable. En estos casos, la muerte del cónyuge viene a ser una liberación. Las personas más jóvenes no esperan hasta que la muerte del cónyuge los libere, sencillamente, se divorcian. Lamentablemente, no son muchos los matrimonios que pueden mantener la frescura creativa, del amor y de la ternura, a lo largo de toda la vida. Cuando la muerte destruye un matrimonio feliz, el viudo, o la viuda, a veces, necesitan muchos meses, o años, para llegar a reponerse de la pérdida. Algunos jamás lo logran.
Es evidente que existen más viudas que viudos. Aparte de la realidad estadística de la mayor longevidad de la mujer, hay otra causa. Cuando una joven acepta como novio a un hombre de mayor edad que ella, que es lo más común, está aumentando las posibilidades de convertirse en viuda algún día. Parecería que la mayoría de las jóvenes procuran hombres mayores, porque la mujer madura más temprano que el varón.
Con frecuencia la depresión acecha a la viuda más que a los viudos. Parecería que Dios, en su misericordia, suaviza la situación, especialmente en los que tienen fe, produciendo una especie de “anestesia anímica”, de la cual el deudo se va despertando lentamente a la nueva realidad. Si la situación se desarrolla normalmente, el cónyuge sobreviviente vuelve a ocupar un lugar en el mundo en forma creativa.
La familia, debe actuar terapéuticamente. Debe realizar una especie de terapia de contención afectiva, en la dinámica de la fe, los que la tienen. En algunos casos la depresión es causada por la incapacidad de elaborar la culpa por la muerte de su pareja, culpa producida por causas diversas. Una de estas causas, cuando la pareja no ha sido feliz, se debe a que, consciente o inconscientemente, se ha deseado la muerte del cónyuge como vía hacia la liberación. Algunas mujeres vuelven contra ellas mismas la agresividad que sintieron hacia su marido cuando éste estaba con vida, y por lo tanto no se conceden el derecho a disfrutar la felicidad en una nueva pareja.
El drama de la mayoría de las personas que se quedan viudas, es que no están preparadas psicológica y espiritualmente para encarar la viudez. Por eso, en muchas ocasiones, cuando muere uno de los esposos, el otro se derrumba espiritual, psíquica y físicamente. También puede ocurrir lo contrario, todo depende la relación que ha existido entre ellos.
Según el Evangelio, Jesús busca la oveja que se ha quedado sola. Esto quiere decir que Dios tiene un amor especial por las personas que están solas. En un evangelio apócrifo gnóstico, descubierto el siglo pasado, y escrito en lengua copta, el idioma de los egipcios de tiempos de Jesús, hay un añadido en la parábola de la oveja solitaria. Al encontrarla, el pastor le dice: “Te amo más que a las noventa y nueve”. (Cf. Los Evangelios Apócrifos, Madrid, 1993, Biblioteca de Autores Cristianos, El Evangelio de Tomás, p. 704). ¿Es válido el añadido? ¿Amará Dios más a la oveja perdida, que representa a un ser humano que está, o se siente solo?
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