El aporte de uno de nuestros especialistas
Dr. Ricardo M. Bedrossian - Abogado, docente, pastor
En estos días vemos con asombro cómo el proyecto de ley denominado “Directrices de Educación Sexual Integral” pretende imponer la educación sexual obligatoria para todas las escuelas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El viernes 22 de octubre se realizó una audiencia pública en la legislatura porteña en la cual varios disertantes pudimos expresar la posición de las Iglesias Evangélicas en contra de esa futura normativa.
Detrás de este proyecto de ley hay una ideología que trata de incorporar la perspectiva de “género” como principio rector de Educación. Esto significa que por ley se les enseñará a los niños a elegir su género, independientemente de su sexo biológico, ya que la ideología de “género” afirma que el comportamiento femenino y masculino es sólo una imposición de los padres y de la cultura, y que cada cual lo puede elegir libremente: hombre, mujer, homosexual, bisexual, lesbiana. Esa ideología es contraria a las doctrinas cristianas. Si bien cada persona en esta sociedad democrática tiene libertad de pensamiento en su fuero personal, la imposición de ideologías en la educación es propia de los regímenes totalitarios, como el comunismo, el fascismo y el nazismo. No se puede imponer a otro por la fuerza, y menos a través del Estado, su ideología. No se pueden invadir los derechos personalísimos de las personas; nuestra Constitución Nacional los resguarda. Una ley en sentido contrario, daría lugar a numerosos amparos judiciales por violar garantías constitucionales. Además, en el espíritu de esta ley hay una clara intención de relativizar el valor de la familia, como célula básica de nuestra sociedad. Son los padres, no la escuela o los medios de comunicación, los primeros educadores de los hijos. La Patria Potestad, reconocida en nuestro ordenamiento legal, es el conjunto de derechos y obligaciones que tienen los padres sobre la persona de sus hijos menores de edad: velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos, amarlos, corregirlos. Esa función es indelegable. Este proyecto de ley se enmarca dentro de una campaña sistemática para destruir a la familia, para quitarles autoridad a los padres y excluirlos del proceso educativo de sus hijos. ¿Es necesaria la educación sexual? Por supuesto que Sí, pero en el marco adecuado, principalmente en la familia. Esta educación no debe ser utilizada para imponer ideologías o para minar los cimientos de nuestra sociedad. Es un absurdo reducir la educación sexual al uso de un preservativo para no contraer SIDA, o para que las menores no queden embarazadas. La experiencia de países que han dictado leyes como la que se pretende imponer en nuestra ciudad, ha sido nefasta. En EE.UU., los educadores de la sexualidad les metieron miedo a los legisladores, con estadísticas aterradoras acerca del aumento del embarazo de las adolescentes. Dijeron que si se daba mayor información sobre los anticonceptivos, se solucionaría ese problema. Como es inevitable que los adolescentes tengan relaciones sexuales, decían ellos, es necesario enseñarles el uso de los preservativos. Lo cierto es que a través de esta limitada educación sexual, luego de varios años, continúan en ese país el aumento del SIDA y los embarazos no deseados. No nos equivoquemos. Estos problemas no se resuelven con el ministro de Salud repartiendo preservativos en los parques de nuestra Ciudad el día del Estudiante. La sexualidad no es sinónimo de genitalidad. Se debe educar en valores. Se debe enseñar que el amor y el respeto son las bases para las relaciones humanas, que el sexo sin amor es un mero acto fisiológico y nada más, que la familia ha sido creada por Dios para dar a sus integrantes un ámbito de contención en el cual desarrollarse saludablemente. Que todas estas expresiones nos sirvan, no sólo para oponernos a un proyecto de ley, sino para reflexionar más profundamente acerca de los valores que les queremos legar a las futuras generaciones. |