"ABORTO: una mentira que se dice,
una verdad que se sufre" Alba Leticia Montes de Oca - Misionera Argentina
Nací en una época en que en el hogar no se hablaba delante de los niños, ni de los jóvenes de embarazo, parto, aborto, nada que tuviera que ver con el sexo, todo era solo conversación de adultos.
Yo tenía apenas 19 años cuando ingresé a la Universidad de Medicina para estudiar Obstetricia. Cuando entré a ese mundo nuevo para mí, no pude menos que dar gracias a Dios por haber conocido su Palabra desde niña; y haberle recibido en mi corazón a los 12 años, porque fue orando, buscando su guía, su fortaleza, leyendo su Palabra, que para mi, es el Manual para nuestra vida, que pude encontrar repuesta a tantas ofertas, que se me presentaban. Cuando comencé mis prácticas, las obstétricas que simpatizaban conmigo me ofrecían enseñarme a hacer abortos, yo contestaba: “Estoy estudiando para dar vida, no dar muerte”. Una de ellas se empeñó en convencerme y me decía: “Tú no te das cuenta que a través de hacer abortos, uno soluciona problemas, actúa correctamente”. Ella estaba de novia y preparaba su ajuar entusiastamente, un día me explicó que estaba esperando que le pagasen en el hospital para poder comprar cosas para su ajuar. Le pregunté: “Por qué si me has dicho que trabajaste mucho en tu consultorio privado esta semana?”. “Sí, me contestó rápidamente, pero ese dinero no quiero usarlo para mi ajuar porque me puede traer mala suerte”. “Pero como: ¿No era que tu solucionas problemas, que haces un bien a tus semejantes?”, pregunté. No pudo contestarme. Comencé a darme cuenta que ella decía una cosa, pero su conciencia le dictaba otra que la hacía sufrir y que tenía miedo. En nuestras conversaciones traté de hablarle de la Palabra de Dios, pero ella siempre contestaba que ya tenía su religión y no deseaba oírme.
Pasó un tiempo, se casó, quedó embarazada y una tarde tuvimos un parto muy difícil en el cual debimos trabajar mucho. A los pocos días llegó a la guardia y sollozando me dijo: “Estoy perdiendo unas gotas de sangre, ¿Se me producirá un aborto?. Tengo miedo que Dios me castigue por haberlos hecho”. En ese momento tan especial, Dios me dio la oportunidad de hablar a su corazón, mostrándole
que su sufrimiento era la mejor prueba de que Dios no estaba aprobando su proceder. Sus palabras eran unas, pero su sufrimiento no coincidía con ellas. Sufrió los nueves meses de embarazo, unas pensando que lo podía perder, otras creyendo que podría nacer un bebe discapacitado, toda clase de ideas se la cruzaban por su mente.
Dios me sorprendió cuando en la segunda reunión me nombraron secretaria para poder enseñar a las madres educación sexual para transmitir a sus hijas y para ellas como prevenir su embarazo, si así lo deseaban, con métodos anticonceptivos. Ahora tenía en mis manos no solo la Palabra de Dios sino también: enseñanza y elementos gratuitos para ofrecer. Me explicaron antes de comenzar que mi obligación moral era preguntarle a la persona que religión practicaba y enseñarles entonces cuál era el método que su religión aceptaba, para no crearles un problema de conciencia. Así llegué a muchas esposas que me dijeron que su religión solo aceptaban el método del ritmo, es decir, el de tener relaciones solo en la época que no era fértil; pero también agregaban que con ese método habían quedado embarazadas, habían recurrido al aborto y hoy día llevaban un dolor tremendo en su corazón y la seguridad de que eso no era lo que a Dios agradaba. Era el momento de explicarle que cuando Dios creó al hombre y la mujer, proveyó una comunión tan única, como única era nuestra relación con Dios y les dijo que serían una sola carne. Estaba diciendo que el sexo es pues la expresión de una comunión íntima entre el hombre y la mujer. Comunión que lleva consigo amor, comprensión, entendimiento, compañerismo. Y que la Palabra de Dios nos explicaba: “que en el matrimonio no debemos evitar las relaciones sexuales, porque la sexualidad dentro del matrimonio es un regalo de Dios. Si no deseamos tenerlas debe ser con el consentimiento de ambos, debe ser para dedicarnos a la oración y no debe ser por mucho tiempo porque eso será ocasión para que el diablo nos tiente a caer en el adulterio. Les preguntaba qué razones le daban a ellas para no usar métodos anticonceptivos y entonces me decían que llamaban a eso “el pecado de Onán” que era un hombre que evitaba tener hijos. ¡Que buena ocasión y que gratitud a Dios por conocer su Palabra! No perdía la oportunidad de explicarles que entre los judíos existía una ley, llamada la ley del levirato, que exigía que cuando un hermano moría sin descendencia, su hermano que le seguía en edad debía casarse con la viuda, pero el hijo que naciera pertenecería a su hermano y heredaría también lo que fuera de él. Onán dice Génesis 38 que interrumpía su relación, no por no tener hijos, sino por “no dar descendencia a su hermano”. Dios castigó su motivación egoísta, no su acción, Y esto me daba oportunidad a que ella fuera a Dios a pedir perdón por su pecado de dar muerte a su hijo y que pudiera curar el dolor que por años llevaba consigo. Cuando terminé el Seminario y Dios me llamó a ser su misionera, aproveché cada campamento para que adolescentes y jóvenes pudiera tener la educación sexual que la Palabra de Dios nos da y prevenir así el pecado. Dios me mostró que no me equivocaba, porque discipulando a una señora y deseosa de que creciera espiritualmente le presté un video que hablaba acerca de un médico que trabajaba en un hospital y luchaba en contra del aborto a pesar de que nadie le apoyara y que estuviera a punto de perder su puesto. La nueva hermana, me entregó el domingo una carta y me pidió que la leyera cuando estuviera sola en mi casa. Había escrito como tres hojas, que todavía estaban húmedas con sus lágrimas, en la cuales me contaba que después de ver esa película en la noche lloró hasta el amanecer, luego se arrodilló ante su cama para pedir perdón a Dios y para que él sacara el dolor que por años estaba llevando dentro por haberse hecho dos abortos. Y que ahora sentía que Dios perdonaba y la sangre de Jesucristo le había limpiado de pecado. En mi vida profesional y ministerial me he encontrado con muchos casos de dolor, tristeza, culpa por la ignorancia de muchos y por otros que enseñan tradiciones de hombres en vez de la Palabra de Dios. Podría hablar, en este momento, sobre las consecuencias físicas, y como otros lo hacen, de cuando la ley lo permite y cuando no; cuando verdaderamente comienza la vida, pero como soy un ser creado a la imagen y semejanza de Dios, a quien Dios ha llamado para ser su embajadora y procurar que los hombres se reconcilien con Dios, siento sobre mi la responsabilidad de la vida integral de las madres que me rodean, por eso prefiero hablar al corazón de aquellas que sienten todo el dolor, culpa, tristeza, amargura que por falta de recibir enseñanza y prevención otros las han llevado a un pecado y sufrimiento innecesario. |