Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruído, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación.
(Daniel 2:44-45).
Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino...
(Lucas 22:29-30).
Cristo organizó su Iglesia y la llamó reino [...] Este reino destruirá todos los demás reinos, y nunca perecerá.
(C. L. Neal “Los bautistas a través de los siglos”).
Nuestra Nación se degrada. Como sociedad no hemos aprendido casi nada de los dolores que transitamos, ni
de los más lejanos, ni de los más recientes . Algo nos impide ver que uno de nuestros mayores problemas
no está en el mero dictado “serial” de las leyes, sino en la combinación del fiel cumplimiento de normas
razonables y de la aplicación de una justicia que conforme a la evolución de los tiempos y la adaptación
a ciertas costumbres, van resultando convenientes para una armónica relación entre los individuos que
componemos la trama social. A riesgo de que la síntesis a que esta columna y la paciencia de los lectores
nos obliga, y en conocimiento de que sobre el concepto precedente se han escrito cientos de volúmenes
que fijan ideas contrapuestas, nos atrevemos a afirmar que de continuar el desapego a las normas básicas
que posibilitan la convivencia, el pronóstico de la Argentina es lúgubre.
En ese contexto, alarma la adaptación de una buena parte de los bautistas –nominales o no–, al declive
que nos circunda. Ya no sólo preocupa la proclividad al pensamiento mágico; la inicialmente pintoresca
adopción de ritmos y estilos en la adoración que han desembocado en el establecimiento de una suerte de
subcultura de “cumbia villera” en los cultos, ni la pasiva sumisión a un paternalismo clerical que
siempre resulta en una escalada de autoritarismo mecanizante –aunque lucrativo– que anula el sacerdocio
universal de todo creyente y la consecuente responsabilidad individual, que hasta no hace mucho eran
parte de un creciente fenómeno de carismatización circunscripta –en lo que a los bautistas se refiere–
a la autonomía de cada congregación, sino que alarma que las sabias y mínimas normas que nosotros
mismos nos hemos dado para la articulación de una sana cooperación intereclesial, se avasallen
inescrupulosamente sin atender a los reiterados llamados de atención que desde hace 8 ó 10 años –con
sus correspondientes asambleas– vienen haciendo numerosas iglesias a través de sus delegados convencionales.
No es un hecho aislado que cada día importe menos cumplir con las normas; todo lo contrario, está
alineado con una forma de ser y actuar. Hasta cierto punto los evangélicos, particularmente los
bautistas, hemos estado abiertos a lo que podríamos llamar una transformación permanente, una renovación
sana, constructiva y bíblica; pero desde hace más de veinte años se percibe un objetivo que no tiene
relación con transformar sino con trastornar en su más estricto sentido, esto es: “invertir el orden
de las cosas, confundiéndolas”. Esto puede resultar angustiante si nos quedamos de brazos cruzados,
o desafiante si hemos de actuar.
En el meollo del asunto está la relación entre la Iglesia y la sociedad en la que debe ser luz. Si la
sociedad es la que da forma a la Iglesia, esta última se desorienta, se va perdiendo y apagando; si, en
cambio, la Iglesia influye y se proyecta en la sociedad por la persuasión pacífica e incesante
acompañada por la acción directa del Espíritu Santo, la Iglesia se fortalece y la sociedad mejora, se
perfecciona reafirmando valores y progresa en armonía más allá del objetivo de aceptación masiva del
mensaje fundamental de salvación. Pero hemos llegado a un punto paradójico y entristecedor, cual es el
que ciertos organismos trastornados que usufructuando una marca registrada nos representan, se amoldan,
se conforman a un modelo de sociedad decadente, ineficaz y fracasado que se sustenta en la
irrespetuosa conculcación de las normas y la canibalización de las costumbres y sanas tradiciones.
Sin duda la manifestación clara del desinterés de las iglesias por participar de actividades conjuntas
que en el pasado y por décadas y décadas atrajeron a la gran mayoría de los afiliados convencionales,
debe significar algo para quien honestamente desee encontrar soluciones a una crisis de cooperación que
nos está llevando al ocaso en lo que a vida conjunta se refiere.
En mi opinión, se arriba al actual estado convencional por la conducta de diferentes actores.
Por un lado, muchos nobles hermanos optaron por una suerte de apatía porque no desean ser maltratados
ni partícipes de discusiones largas y aparentemente estériles; en muchos casos son congregaciones que
viven del recuerdo de una Obra pujante que si bien podía enfrentar disensiones y debates encendidos,
se manejaba con códigos éticos y explícitos que coadyuvaban para que la acción bautista en nuestra
patria resultara dinámica y fecunda en logros concretos. Por otro lado –no menos noble– otros hermanos
han creído que permanecer y presentar sin dobleces en cada oportunidad lo que sentían, constituía
la esencia de lo que significa ser bautistas respetando lo mejor de nuestra histórica trayectoria; este
grupo jamás vio al agravio como metodología ni a la posición dominante en los cargos como lugar de
operación política, y mucho menos al sobrepaso de lo normado para el logro de fines que resultan
espiritualmente indigeribles.
En un tercer sector se define claramente quienes encarnan un modelo de
dobles discursos en el cual la importancia de ser bautistas opera funcionalmente según los intereses
particulares que estén en juego. Lo que señalo se grafica nítidamente en la eliminación de toda
referencia “bautista” de sedes, membretes, publicidades y campañas que se contrapone a la paradójica
y denodada búsqueda por controlar todas las instituciones históricas y emblemáticas que se construyeron
con el esfuerzo de otros y resultaron en distintivos meridianos de nuestra identidad cristiana.
Decimos que esto opera funcionalmente porque para lograr este curioso y aparentemente difícil objetivo,
hubo –y todavía no se produce el asalto final– que vaciar de contenido el esquema institucional
establecido; así, ni las creencias ni las prácticas son como solían ser y de allí que las normas
terminaran por presentarse como un mero conjunto de trabas que la sabiduría de esclarecidas minorías
pueden obviar.
Estimo que ha llegado el momento de una participación masiva de iglesias y de definir el escenario de
la cooperación. Soy de la opinión de que cada uno debe orar, repensarse a sí mismo y rectificarse, si
fuera necesario. En definitiva, ubicarse y actuar con la clara intención de no buscar poder, sino de
restablecer y continuar con la referencia del camino que fue trazado y con la creatividad para el diseño
del largo trayecto que tenemos por delante.
Si los bautistas de la Argentina reencontramos la cooperación tenemos mucho que aportar a nuestra
postrada sociedad que sufre su propia desorientación. El mensaje que tenemos es LA SOLUCIÓN a los
problemas más profundos del hombre y el apoyo con que contamos es el PODER más sublime y perfecto
que existe. Decenas de iglesias están logrando grandes cosas localmente, varias son desafiadas a
apoyar misiones y nuevas iglesias que surgen y extienden el reino de verdad, sus congregaciones
crecen y permanecen sin apelaciones extrañas, sin derribar nada, pero con la extraordinaria
manifestación del amor vivificante y transformador de Dios. Si logramos coordinar todo esto,
podremos decir que hemos sido fieles mayordomos. Como lo señalan los textos de la Palabra que
transcribimos en el epígrafe, el Reino de Dios prevalecerá: ¡Amén!
Pero es un buen momento para que aquellos que sentimos claramente una identidad bautista común hagamos
el esfuerzo necesario para trabajar juntos con la alegría de ser quienes siempre hemos sido.
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