En el año 1848 nacía en Escocia Mary Slessor, una preciosa bebé, pelirroja y de grandes ojos azules. Ella era la segunda de siete hermanos de una familia muy pobre. Su papá, Robert, era alcohólico y su mamá, Mary, una fiel cristiana.
Su papá era zapatero y su mamá tejedora. Pero el hecho de que su padre fuera alcohólico, hizo que no pudiera seguir trabajando en su comercio, obligándolos a mudarse a otro pueblo. Allí, tanto su madre como su padre empezaron a trabajar en una empresa molinera. Siendo ella de tan solo 12 años, pierde a su papá, quien muere de neumonía.
A la edad de 14 años, comienza a trabajar también en la misma empresa que su mamá. Trabajaba y estudiaba. Su madre, solía leer revistas cristianas que contaban las necesidades y vivencias de los misioneros. Estas revistas estaban siempre a mano en la casa de los Slessor, por lo tanto, Mary conocía muy bien las distintas obras misioneras. Ella comenzó a servir en la iglesia, enseñando a los niños.
A la edad de 27 años, se enteró de la muerte de un gran misionero, David Livingston y fue para ese tiempo que comenzó a soñar con seguir sus pasos. Decidió entonces prepararse para enfrentar una tarea misionera en el África. Luego de un año de estudio en Edimburgo, Escocia, se embarcó rumbo a Nigeria. Estuvo 3 años trabajando en la misión que estaba en Calabar, un pueblo africano, lo que le permitió aprender las creencias, supersticiones y costumbres de los habitantes de esa región. Contrae malaria, una enfermedad que le obliga a volver a su país por más de un año. Ya repuesta, decide seguir con su plan y volver a Nigeria, pero en una zona más alejada de la que había estado la primera vez.
Para los nativos de ese lugar, el nacimiento de mellizos, significaba una maldición, por lo tanto, abandonaban a las dos criaturas en los pastizales y mataban a su madre. Era una práctica común y decían hacerlo para protegerse de los malos espíritus. Es aquí donde Mary comienza su obra, protegiendo y salvando a estos pequeños. Los llevaba a la casa misionera y allí los criaba. Cuando los nativos vieron que los niños crecían sanos y hermosos, comenzaron a reconocer que el hecho de que fueran mellizos no era una maldición.
Ella adopta a la primera niña que salva, ya que su hermanita no sobrevivió, poniéndole por nombre Janie. En agosto de 1888 se trasladó a una zona llamada Okoyong, habitada por caníbales. Varios misioneros habían intentado establecerse en ese lugar, pero habían sido asesinados. Ella con un gran coraje y convencida que el Señor la quería allí, comenzó a llevar la palabra de Dios a esta región. Logra vivir allí, aprender el lenguaje de los nativos y predicarles el evangelio. Pasó en este lugar 20 años, haciendo una obra misionera maravillosa. Es aquí donde las tribus la bautizaron con el nombre de REINA BLANCA.
Su salud no era buena, ya que solía tener fiebres muy altas, producto de la malaria que había contraído tiempo atrás. A la edad de 66 años, una vez más, una severa fiebre se apodera de ella, llevándola a la muerte. Tuvo un funeral con muchos honores y grandes personalidades de la iglesia y del gobierno estuvieron allí para despedirla. Una vida puesta al servicio del Señor.